Crónica de Luis Ybarra Ramírez para ABC -
Eso es lo que trata de hacer el pintor sevillano Pepe Yáñez con el pincel. No apresar el movimiento, tarea en la que ya se embarcaron los prehistóricos en las paredes de las cuevas donde habitaban, sino retratar un suspiro. Hacer de esta manifestación artística, el flamenco, un ente que paradójicamente se vuelva eternamente libre sobre el papel. Morir en un trazo. Hacer sonar una guitarra en esa dimensión plana desde la que él busca los tuétanos de algo, lo que se esconde detrás de una muñeca al aire, el ayeo de un cantaor y el bordón al tocarse por la yema del guitarrista.
Sus ‘Exvotos flamencos’, la exposición que se inauguró el pasado 2 de noviembre en la Casa Murillo, en el barrio de Santa Cruz, podrá disfrutarse hasta el 9 de enero. La muestra, a través de la línea y de la mancha, del dibujo, se adentra en escenas llenas de intimismo. Rituales en los que, entre franjas y palmas, bosquejos difuminados y colores esenciales, parecen escucharse ecos. Momentos efímeros de la danza capturados más por el pecho que por la memoria, arrebatos de oscuridad y alborozo.
Pepe Yáñez, como ya hizo en la portada del disco de Caracafé, sale en busca de eso. Los de los suspiros.
Sus ‘Exvotos flamencos’, la exposición que se inauguró el pasado 2 de noviembre en la Casa Murillo, en el barrio de Santa Cruz, podrá disfrutarse hasta el 9 de enero. La muestra, a través de la línea y de la mancha, del dibujo, se adentra en escenas llenas de intimismo. Rituales en los que, entre franjas y palmas, bosquejos difuminados y colores esenciales, parecen escucharse ecos. Momentos efímeros de la danza capturados más por el pecho que por la memoria, arrebatos de oscuridad y alborozo.
Pepe Yáñez, como ya hizo en la portada del disco de Caracafé, sale en busca de eso. Los de los suspiros.